Son numerosos los testimonios de viudas e hijos que recuerdan cómo un día entre los años 1936 y 1939 fueron a las puertas del campo de concentración de San Marcos de León a llevar una muda a su marido o a su padre preso y obtuvieron esto como respuesta: «Anoche pasó por capilla» o «se lo llevaron anoche». Se lo llevaron anoche significaba que los sacaban del campo de concentración para fusilarlos, a menudo sin juicio ni sentencia, por lo que eran enterrados en fosas comunes, pasando a engrosar el número de personas desaparecidas por el franquismo.
San Marcos fue, de los alrededor de 300 campos de concentración franquistas, uno de los más duros. Como en tantos otros lugares, sus archivos desaparecieron, por lo que no hay cifras exactas de presos y fusilados, pero diversos investigadores calculan que por allí pasaron al menos entre 15.000 y 20.000 personas. Hay quien eleva la cifra hasta los cien mil presos. Entre 1.500 y 2.900 murieron por enfermedades o maltrato, fueron fusilados con sentencia o paseados, ese eufemismo empleado para referirse a los asesinatos extrajudiciales.
«Está mal categorizar porque parece que es minimizar el sufrimiento e importancia de lo que pasaron en el resto de campos, pero es verdad que después de haber investigado mucho mi conclusión es que fue uno de los más letales y terribles, uno de los que más prisioneros reunió y donde mayor brutalidad se registró», relata el periodista Carlos Hernández, autor del libro Los campos de concentración de Franco.
La ciudad de León cayó en manos de los franquistas casi desde el inicio del golpe, por lo que el campo de San Marcos recogió enseguida presos de diferentes frentes de batalla, jugando un papel fundamental para el franquismo. «San Marcos reúne todos los elementos más perversos, todo lo negativo: enfermedades, falta de asistencia médica, torturas, humillaciones. Y fue uno de los pocos que tuvo mujeres presas», explica Hernández en conversación con elDiario.es. Las presas eran exhibidas como trofeos ante militares alemanes de la Legión Cóndor, con una base aérea en León. Así lo recordaba hace unos años Josefa Castro, que sintió la humillación de ser observada, junto a otras, «como pequeños triunfos desde fuera de las celdas» por los alemanes.
La ARMH pide una placa permanente y mención en la web
A pesar de aquel horror no ha habido nunca en San Marcos una placa permanente en homenaje a todas aquellas personas que sufrieron represión y tortura bajo su techo. Ni a aquellos que fueron sacados de sus celdas para ser fusilados, como el propio alcalde la ciudad, Miguel Castaño, el capitán Juan Rodríguez Lozano (abuelo del expresidente Zapatero), el que fuera seleccionador de la Selección Española de Fútbol, Joaquín Heredia, la presidenta de las Juventudes Socialistas, Teresa Monge o el inspector de enseñanza y pedagogo Rafael Álvarez, entre tantos otros. Los restos de muchos siguen desaparecidos a día de hoy.
Por todo ello la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha pedido a Paradores que coloque una placa en San Marcos, en recuerdo de lo que fue aquél lugar, cuyo pasado es desconocido para demasiada gente. «Sería un bonito recuerdo para que nuestros hijos o nietos puedan decir ‘esta placa hace mención a mi abuelo’. Se pasaron muchas vicisitudes en aquél campo», señala el superviviente Josep Sala en conversación con elDiario.es.
«Es importante que se recuerde la historia de las miles de personas que pasaron por sus instalaciones, detenidas ilegalmente por el franquismo, muchas de las cuales fueron torturadas o sacadas de allí para ser asesinadas», indica la ARMH, que expresa la idea de invitar a Josep Sala al acto para descubrir dicha placa, si ésta se instalara finalmente. «Sería un gran acto de reconocimiento que al menos uno de los prisioneros que sufrieron en terribles condiciones la privación de su libertad pueda participar en el señalamiento de lo que fue».
De momento Paradores no tiene previsto colocar placa alguna en la puerta principal de San Marcos informando de lo que fue. Según han indicado desde la cadena hotelera pública a elDiario.es, sí incluirán una mención dentro de lo que llaman «Parador Museo», una especie de exposición permanente con varios paneles que sirve de guía en los paradores para disfrutar de su obra artística y de su patrimonio.
En la página web del Parador de León, en la que se relata la historia del edificio, tampoco se hace mención por el momento al capítulo de su historia referido a su uso como campo de concentración franquista. Ante ello la ARMH ha solicitado que se cuente todo y «se deje de invisibilizar parte de la historia de ese lugar, ya que en estos momentos en la web de Paradores ni se menciona».
«Esconder esa parte de su pasado es una forma de negacionismo y de falta de respeto democrático al sufrimiento de tantas personas que ante el golpe de Estado de julio del 36 decidieron ser fieles a los valores democráticos y pagaron un precio terrible por ese compromiso», señalan desde la asociación, solicitando que la web no oculte ese periodo histórico de San Marcos.
El adoctrinamiento
Además de ser escenario de muerte, humillaciones y torturas, San Marcos tuvo vocación de centro de reeducación y adoctrinamiento a los prisioneros. Se sermoneaba a los reos con discursos franquistas, se les obligaba a participar en cánticos, misas, catequesis y a confesarse sin excusas. En los últimos meses de su funcionamiento se les entregaba un librito titulado Campo de concentración de San Marcos. Recuerdo de la Entronización del Sagrado Corazón de Jesús.
En su primera página se podía leer: «Para ti, prisionero de San Marcos, para ti es este recuerdo de la Entronización del Sagrado Corazón de Jesús en el Campo… ¿Estuviste con los Rojos? Aprovecha el tiempo que estés aquí concentrado para recibir oreos de Religión y oreos de la Patria».
Y, posteriormente: «Al lado de los gritos oficiales de VIVA ESPAÑA y ARRIBA ESPAÑA has dicho espontáneamente también muchas veces VIVA CRISTO REY. (…) Guarda este librito en tu cartera, léelo de vez en cuando y ofrenda tu vida a Dios, a España y al Caudillo, puesto que al caer Prisionero (sic), comenzaste a ser algo de ESPAÑA y de FRANCO».
En dicho librito se decía que los campos de concentración «no son solo un redil más o menos cómodo donde estáis encerrados. Aspiramos a que unos salgáis de ellos espiritual y patrióticamente cambiados, otros con estos sentimientos revividos y todos, viendo que nos hemos ocupado en enseñaros el bien y la verdad».
De la familia mencionaban que «por defender este 2º valor hemos ido los españoles a la guerra contra los Rojos (sic). Ellos querían el matrimonio solo civil, el divorcio, y aún el «amor libre». Nuestros soldados lucharon por la institución Familia Cristiana. Y nuestros soldados han vencido».
En otro apartado, titulado Las Naciones, se decía que «ningún particular, pero menos ningún hombre de Estado consciente de su responsabilidad, puede dejar de temblar de horror al pensar lo que ha ocurrido con el marxismo en España…Tal vez mañana pueda repetirse en las otras naciones de Europa».
Y sobre el Imperio señalaban que «la España que está formando amará a su Ejército hasta la emoción ardiente. Y donde el sentido imperialista no solo en agrandar el poder pacífico, sino en extender todas las posibilidades religiosas, morales y misioneras como dice el Caudillo».
Las muertes y desapariciones
Lucinia Andrés Sandobal ingresó en San Marcos en 1937. Su padre le llevó a sus hijos, de siete, cinco y dos años respectivamente. «La pequeña se queda con usted», le dijeron a Lucinia. «A los otros que los lleve su padre o los tira río abajo, que cerca está», añadieron, según recuerda el mayor de los niños, cuyo relato es recogido en el libro San Marcos, el campo de concentración desconocido.
Un día unas monjas se llevaron al Hospicio a la niña pequeña, que se había quedado con su madre en San Marcos. Cuando Lucinia preguntó por ella poco después, «las religiosas aseguraron que había muerto. Lucinia nunca lo creyó. Mientras vivió tuvo el convencimiento de que a la pequeña la había llevado un alemán que andaba detrás de ella porque era una niña guapísima». Cuando la mujer salió de la cárcel nunca encontró ni a su hija ni los papeles de defunción. Son varios los testimonios de supervivientes que hablan de bebés robados.
Pere Grañén escribió en sus memorias su experiencia como preso en San Marcos. En ellas cuenta que cuando llegó a ese campo de concentración percibió enseguida un «cambio» en comparación con otros en los que había estado. Describe salas abarrotadas de gente «con caras de muerte de un blanco tirando a ceniza». En la suya calcula que habría unos doscientos presos, algunos desde hacía más de dos años, con aspecto de ser «verdaderas piltrafas humanas esperando a morirse».
Relata también cómo tras el último reparto de comida, en torno a las seis de la tarde, se oía un toque de corneta «tristísimo» que era seguido de un silencio «tétrico» al saber que se estaba anunciando el paso de la comitiva que «todos los días sin excepción» recorría distintas salas con los féretros de entre siete y diez presos que no pudieron soportar «el hambre, la miseria o la enfermedad». También recuerda que en Semana Santa les obligaban a cantar los kiries del rosario, con la presencia de un guardia «que era también prisionero» y que llevaba un látigo para azotar «fuerte y rápidamente» a quien lo hiciera mal.
Algunos internos eran encerrados en zulos. En uno de ellos aún se podía apreciar hasta hace pocos años dibujos y nombres grabados en las paredes de piedra con algún objeto punzante, y huellas de balas. También en algunas zonas permanecían hasta hace poco los agujeros en la pared donde se enganchaban las cadenas de los grilletes.
En un testimonio recogido en el libro San Marcos, el campo de concentración desconocido, el exrecluso Rafael Pérez Fontano cuenta cómo el «comité de recepción» estaba integrado por guardias civiles y falangistas que se dedicaban a golpear a los detenidos sin tener en cuenta su edad, estado físico o sexo. «Que estabas calificado de izquierdas, ¡palos! Que habías pasado para la otra zona ¡estabas listo! Que eras viejo, ¡palos por rojo! Que eras demasiado joven ¡palos por colaborador! Que eras mujer, ¡palos por puta, zorra e incitadora!».
La furgoneta que recogía los cadáveres pasaba por enfermería y se llevaba a los más graves; aunque estuvieran vivos los echaban al montón
Según la narración de Luis Félix Álvarez, poco después de las seis de la tarde los guardias acudían con una lista en la mano, nombraban a varios compañeros y decían siempre las mismas palabras: «Recojan sus cosas, van a ser trasladados». A la mañana siguiente sus cadáveres aparecían «cosidos a balazos» por la espalda, tirados en una cuneta o una rastrojera, donde quedaban abandonados, «para aterrorizar a las gentes».
Gabriel Montserrate Muñoz, superviviente de San Marcos, declaró en un testimonio recogido por Carlos Hernández en Los campos de concentración de Franco: «Cuando venía la furgoneta que recogía los cadáveres, pasaba por la enfermería y se llevaba a los más graves; aunque estuvieran vivos los echaban al montón».
Muchos expresos recuerdan un calabozo, conocido como La Carbonera, como el más cruel de los espacios, en el que una noche murieron asfixiados 12 hombres debido a las altas concentraciones de dióxido de carbono y en el que llegaron a encerrar a más de 70 personas a la vez.
«El hedor, nauseabundo, sumado a la falta de oxígeno, resultaba insoportable en los momentos de convivencia con los cuerpos putrefactos de los que no habían podido resistir esas condiciones infrahumanas y habían muerto», relatan Tania López y Silvia Gallo autoras de San Marcos, campo de concentración desconocido. «Ese ambiente deplorable provocó que al salir de aquella jaula mortífera a algunos de los presos se les levantaran trozos de piel o el vello del cuerpo», añaden.
La aglomeración estaba presente en todas las instancias. Había improvisadas celdas de 50 metros cuadrados donde se apelotonaban 100 personas. Josefa Castro García, también presa allí, relató hace años que, «para no ahogarse se ponían en hilera por la orilla de la pared y se turnaban hasta poder respirar por el único ventanuco».
La mayoría de quienes sufrieron el campo de San Marcos ya no están. Pero Josep Sala, de 101 años, puede contar aún su experiencia en ese lugar, al que llegó siendo muy joven: «Yo estaba en la sala número 15, no conocía a nadie. Allí yo aprendí a ver, oír y callar, a no destacar. Se pasaba mal. Vivías acongojado porque no eras nada, ni un número», recuerda en conversación con elDiario.es.
«Había miedo a la muerte, piojos, miseria, el olor era hediondo, estuve con la misma ropa cuatro meses. No había espacio ni estando de pie. De noche, si te tumbabas de cara al norte, ya no podías darte la vuelta, te quedabas como sardina en lata hasta el día siguiente. «, prosigue Sala, con voz vigorosa, memoria viva y ganas de compartirla.
«Vi muchos muertos, los traían de otras salas, los llevaban al patio y allí un camión los recogía. Recuerdo a uno que tuvo como unos calambres y se quedó tieso. Y luego estaban los fusilados, cuando acababan de dar el correo llamaban a gente por su nombre: ‘¡Fulano!’. Salían y a veces no volvían más», rememora. Cuando le pusieron en libertad acudió a una tasca leonesa con otro liberado. Pidieron huevos y callos. «Teníamos una pinta infame, de pena. Cuando fuimos a pagar, nos dijeron que ya estaba abonado. Un anónimo leonés nos había invitado».
Sala, de carácter alegre, excelente narrador de historias, ha vuelto en tres ocasiones a San Marcos, ya siendo parador: «El conserje me dijo una vez: ‘Vienen muchos y lloran’. Yo debo ser de piedra picada porque me cuesta llorar. Pero aquello fue duro, muy duro. No se olvida. Desde que me jubilé me acuerdo todas las noches de la guerra. Me marcó mucho».
En abril de 2014 el alemán Wilfried Stuckmann contrató dos noches en el parador de León y, estando allí, se enteró de que había sido campo de concentración franquista. Presentó entonces una protesta porque nadie le había informado de que iba a dormir en lo que había sido un lugar de represión y porque le escandalizó la desmemoria. De regreso a Alemania emprendió una campaña hasta que le devolvieron el dinero pagado por dos noches y, una vez lo obtuvo, lo donó a la ARMH para apoyar sus trabajos de búsqueda de personas desaparecidas por el franquismo.
En conversación con elDiario.es Stuckmann lamenta que aún no se haya colocado placa alguna en San Marcos y expresa su deseo de hacer una donación para contribuir a que la haya: «No debería ser ni un hotel, pero ya que lo es todo el mundo que lo visite debería conocer su historia. Siempre estuve interesado en España, porque los nazis ayudaron y apoyaron a Franco, y me avergüenzo de ello. Si fuera posible me gustaría hacer una donación para lograr que haya una placa en el Parador», relata.
Stuckmann fue profesor durante muchos años: «Mientras otros colegas permanecían en silencio, yo llevaba a mis alumnos a visitar campos de concentración como Sachsenhausen, cerca de Berlín, o Dachau, cerca de Munich. Es importante recordar siempre y nunca olvidar, porque si lo hacemos, los fascistas se levantarán una y otra vez».
Son miles los descendientes de los presos y asesinados de San Marcos y miles las historias que presenciaron las paredes del ahora Parador de León. Muchas se perdieron para siempre en el silencio impuesto de la dictadura. Otras han ido recuperándose en las últimas dos décadas a través del trabajo de historiadores y familiares. Aún hoy hijos e hijas, nietas y bisnietos siguen preguntando a sus abuelos, indagando en archivos, revisando documentos, para rescatar la memoria sepultada.