A través de la entrevista al novelista y periodista Fernando Olmeda, realizada con motivo de la publicación de su libro-crónica Mexique. La última crónica de Sofía Blasco, en el que relata las vicisitudes del viaje por mar hacia Méjico de los exiliados españoles a partir de julio de 1939, pude conocer que entre ellos aparecía el nombre de Manuel Cardona Iñigo, fray Salvador de Híjar. Como historiador y además de Híjar, me sentí empujado a investigar.
Me llamó la atención que habiendo estudiado este periodo de la II República y la guerra civil en Híjar, ninguno de mis conciudadanos me lo habían mencionado. Tengo la impresión que por su trayectoria biográfica hubo un pacto tácito de no hablar de él. Para investigar recurrí a fuentes hemerográficas y archivos. De España: el Archivo Histórico Nacional, Hemeroteca Nacional, Archivo Cardenal Gomá, Ministerio de Asuntos Exteriores; y de Méjico, el Archivo Nacional y Hemeroteca Nacional. Voy a tratar los acontecimientos más destacados de este hijarano, que son impactantes.
Perteneció a la orden de los capuchinos, y en el inicio de la guerra civil estaba en su convento situado en el barrio de Venecia, en la ciudad de Zaragoza. Tenía entonces 28 años. El triunfo del golpe militar, propició que desde el principio las patrullas de falangistas y de requetés dominaran las calles zaragozanas con asesinatos y ajustes de cuentas. Todo ello le impactó fuertemente. Ya era conocido en Zaragoza por sus sermones en la catedral de La Seo, y allí mismo hizo una misa, criticando duramente a los que llevaban a cabo estas matanzas. Al llegar al convento fue reprendido por su superior el padre Ruperto de Arizaleta. Según sus propias palabras: Se discutió con violencia en nuestro comedor lo que había pasado. Nueve de nuestros religiosos eran navarros y eran fervientes partidarios del Requeté. Protesté con demasiada vehemencia de aquellos asesinatos y el superior me miró con una frialdad de hielo diciendo: No faltaría más que entre los frailes de esta casa hubiera uno partidario de los rojos”.
El 30 de julio de 1936, se marchaba a Pamplona donde también quedó traumatizado por las ejecuciones: “Cierta mañana volví horrorizado al convento de Pamplona. Había contemplado dos montones de cadáveres de más de sesenta, muchos estaban completamente mutilados. Volví a protestar ante mi superior de allí. Acabaron enviándome a Tudela. Era inútil, en nuestra orden no se discuten los mandatos superiores”.
Desde el 17 de agosto de 1936 hasta el 29 de junio de 1937 estuvo en Tudela haciendo vida contemplativa y rezando casi las 24 horas del día. Por medio de terceras personas, escuchó que “Franco y los militares sublevados estaban dando un escarmiento al clero vasco por su apoyo a los nacionalistas”. Su situación allí empezaba a ser angustiosa hasta que tomó la decisión de marcharse al frente voluntario como capellán castrense. “Me parece muy acertada la idea. Así verá usted la guerra y la pureza de los ideales del Generalísimo”, le dijo su superior en el convento. El 30 de junio de 1937 ya estaba en Escalada, un pequeño pueblo burgalés situado en la carretera de Burgos a Santander donde estaba el centro de operaciones del General Sagardia. Fue nombrado capellán del sexto batallón de la Falange.
A través del Archivo del Cardenal Gomá sabemos que a mitad de septiembre de 1937 consiguió abandonar la zona norte de España y desplazarse (no sabemos muy bien cómo) hasta Algeciras consiguiendo pasar a Gibraltar a través de La Línea. Había pedido a la Oficina de Información del Cuartel General de Franco un documento para salir de España que nunca le fue entregado. En cualquier caso, el 27 de septiembre de 1937 se encontraba en Gibraltar, alojado en Workers Union. Por mar y a bordo de un barco con bandera inglesa, consiguió llegar a Valencia en octubre de 1937, donde fue recibido por representantes del gobierno y con fotógrafos. Era extraordinariamente llamativo que un fraile se pasará al lado del gobierno de la República. Hasta el final de la Guerra Civil Española se convirtió en un personaje de lo más notorio dentro del bando republicano. Sus conferencias en las que entremezclaba la religión, el comunismo y el republicanismo llenaban los cines y los ateneos. El periódico La Vanguardia, decían de él que “era la luminosa floración del espíritu de tolerancia religiosa y de libertad de conciencia de este sublime pueblo español”.
La Vanguardia de 21 de junio de 1938 describe así la conferencia que impartió en el Ateneo Profesional de Periodistas de Barcelona:
“El padre capuchino Salvador de Híjar (cuyo verdadero nombre es Iñigo Cardona), nos habla de la descomposición de la retaguardia facciosa, organizada por el Ateneo Profesional de Periodistas, le correspondió anteayer ocupar la tribuna del Ateneo Barcelonés, al sacerdote capuchino Salvador de Hijar, quien disertó sobre el tema » La descomposición de la retaguardia facciosa”. La personalidad del conferenciante y el vivo interés del tema hicieron que la amplia sala se llenase completamente. El público había comprendido la importancia que para conocimiento exacto de los hechos que ocurren en la otra zona, tenía la exposición e interpretación de los mismos por un católico de ortodoxia indiscutible.
Y la disertación respondió plenamente a la curiosidad que su anuncio
despertara. El padre Salvador, de Hijar aportó amplio acopio de datos fidedignos que proporcionaron a sus oyentes una visión tan triste como precisa de la tiranía y del desbarajuste que reinan en la España sometida a la dominación extranjera. Y de la veracidad del informe respondía, con su honor, un fraile español que se ha mantenido fiel a la doctrina de Cristo y que no ha querido renegar de su condición de español. Precisamente, el padre Híjar comenzó por declarar que en la zona rebelde la religión y la Patria han sido igualmente traicionadas. Y empieza la aportación de datos, algunos de ellos obtenidos en Tudela por el orador de un hijo del ayudante del ex general Franco, Díaz Várela. En Tudela ante estos informes y el espectáculo lamentable que ve a todas horas, el padre Híjar siente desfallecer su ánimo, y hace propósito de alejarse en cuanto le sea posible de un ambiente ponzoñoso, en el que los conceptos de religión y Patria servían de bandería a los más bajos apetitos. Este proyecto consiguió al fin realizarlo, pero no sin vencer muchas dificultades, que el orador nos cuenta con voz emocionada.
En la zona rebelde, nos dice el conferenciante, existe una enorme descomposición. No hay unidad, ni puede haberla. Ya desde un principio se vio que no sabían adónde iban. Mientras en Zaragoza, Cabanellas se alzaba al grito de «¡Viva la República!», la oficialidad de Navarra
levantaba la bandera rojigualda y en Valladolid se sublevaban en nombre de «Falange». Las luchas empezaron en seguida. Requetés, monárquicos y falangistas andaban a la greña, mientras se establecía una viva rivalidad entre Franco, Mola y Queipo de Llano.
Estas discrepancias se han mostrado en todo, hasta en la música. Unos eran partidarios de la «Marcha de los voluntarios», otros preferían la «Marcha Real» y otros, en fin, se inclinaban por el himno de «Falange». Y hubo que conceder oficialidad a los tres himnos. A continuación, explica numerosos hechos que demuestran el poco caso que se hace allí de las órdenes del «generalísimo», quien nadie ignora es juguete de alemanes e italianos, verdaderos dueños de la situación, gracias a los traidores que les abrieron las puertas de España. El orador nos dice de la dolorosa impresión que le produjo ver ondear en tierras españolas, como altivo emblema de victoria, la bandera de Italia. Añade que al desprestigio de Franco contribuyó en gran manera el rumor popular que le atribuía una siniestra intervención en la muerte trágica de Mola, un rival que le hacía demasiada sombra. La desavenencia entre los rebeldes es absoluta. Y no es posible lleguen nunca a un acuerdo. Son muchas las cosas que les separan. En primer lugar, la diferencia de grado en la manera cómo se sienten heridos en su dignidad por la intolerable y humillante dominación extranjera, dominación que se traducen en continuas vejaciones. Un día los españoles del otro lado que no renegaron de su españolidad y que no se resignan a caer en oprobiosa esclavitud se alzarán contra los invasores y unirán su esfuerzo al nuestro, pues ahora comprenden que servir a la República es servir a España y luchar por la República que es luchar por la independencia nacional.
Una gran ovación cerró el brillante discurso del padre Híjar”.
Apoyó como sacerdote la creación del Comisariado de Cultos para restablecer el culto católico en la zona republicana, en la línea defendida por el ministro sin cartera del vasco Manuel de Irujo. Como señala la tesis doctoral La Iglesia en el Madrid en guerra. Información y propaganda (1936-1939) de Antonio Vaquerizo Mariscal: “El gobierno de Juan Negrín iba dando pasos en pos de normalizar la cuestión religiosa y a eso ayudaba manifestaciones como las del Padre Salvador Hijar, a favor de la causa republicana.
“EL PADRE CAPUCHINO HIJAR DICE QUE LA REPÚBLICA NO PERSIGUE A LA RELIGIÓN” “Como quieren hacer creer al mundo los malos españoles” “Salvador Hijar ha dado una conferencia, disertando sobre el tema…
La República no persigue a la religión como esos malos españoles quieren hacer creer al mundo en sus propagandas. La República, interpretando fielmente los sentimientos del pueblo, quiere libertarnos, pero respetando las creencias de cada cual”.
Noticia aparecida en El Heraldo de Madrid de 31 de octubre de 1938.
Merece la pena rescatar un fragmento de otro artículo suyo publicado en la prensa madrileña en invierno de 1938 bajo el título de “Franco no, Cristo sí.” “La santidad de las costumbres no se logra con la violencia de las armas, sino por el retorno de los corazones al evangelio. Lo ignoraban aquellos hombres que alzaron bandera de guerra al grito de ¡Por Dios y por la Patria! Supongo que la Patria no quería la sangre de sus hijos para disfrutar de paz. Porque la Iglesia, cuando sale de su atmósfera, que es lo espiritual, y se sumerge en los asuntos terrenos, atenta contra su vida”
Abandonó España cruzando la frontera por Cataluña rumbo a Francia en enero de 1939. Aquí estuvo recluido en un campo de concentración hasta que consiguió un barco para marcharse a México. El 27 de julio de 1939, llegaba el puerto de Veracruz como exiliado español.
En su nuevo pasaporte, su profesión ya no era sacerdote, sino escritor. No he podido averiguar cuál fue su biografía posterior en Méjico. Trataremos de averiguarlo. Si alguien ha tenido la paciencia de llegar hasta aquí y conoce algún dato sobre este personaje, que como hemos visto es peculiar y nada común, se lo agradeceré profundamente.
Fuente: Cándido Marquesán Millán – Nueva Tribuna
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