HOMENAJE A YOLANDA GONZÁLEZ 2021

HOMENAJE A YOLANDA 2021

Este 2 de febrero, durante todo el día dejad vuestras flores en su placa en la actual avenida de Juan Carlos I, 53 en Leganés (muy pronto avenida de la Sanidad Pública) al lado del monumento de los abogados de Atocha.

LLEVA TU FLOR, COMPARTE SU RECUERDO

LLÉVALE UNA FLOR A YOLANDA GONZÁLEZ

Hace 41 años un grupo de fascistas, asesinaron a Yolanda González, dirigente estudiantil y militante trotskista, su delito defender a los estudiantes.

Transición,

Esta joven como Arturo Ruiz, Mari Luz Nájera y unos cuantos de cientos más, fueron asesinados, en esa mal llamada modélica transición, les quitaron la vida, les robaron las ilusiones, que nos recuerdan aquellos tiempos por los que todos estos jóvenes pelearon para que quedara más allá de un mundo mejor, los mismos que hoy se sientan en el parlamento con discursos xenófobos, antifeministas, que de nuevo nos quieren llevar a las catacumbas y no se lo podemos permitir por eso no queremos, ni debemos,dejar en el olvido a todos ellos, hoy especialmente de Yolanda Gónzalez.esta asamblea puso en homenaje a ella acudir.

El día 2 de febrero vamos a ir a la placa que el pasado año, la Asamblea de Leganés por la República colocó en su honor,al lado del monumento a los abogados asesinados en la calle Atocha; en la hoy Avenida Juan Carlos I, que esperemos pronto sea la de la Avenida de la Sanidad Pública, llévala durante todo el día, os invitamos a llevar una flor que de frescura y olor a nuestra memoria colectiva

NO vamos a olvidar a Yolanda ni a ninguno de los tantos asesinados durante la transición, vidas de jóvenes que se vieron truncadas.

Siempre los tendremos en nuestra memoria, auténticos artífices de la libertad y la democracia, aunque la historia oficial, nos diga otra cosa.

El día 2 de febrero lleva tu flor a su placa.

Asamblea de Leganés por la República.

El campo de concentración franquista de Albatera muestra sus primeros vestigios del horror de la posguerra

Ubicado en el pequeño municipio de San Isidro (Alicante), este espacio albergó durante sus siete meses de funcionamiento como campo de concentración a miles de republicanos que llegaron a la provincia costera desde todas partes de la península. Más de ocho décadas después, un grupo de arqueólogos excava en lo que fueron sus instalaciones en búsqueda de fosas, todavía no halladas, para reconstruir otro capítulo olvidado de los años de represión franquista.

Una modesta placa instalada a pocos metros de la estación de tren San Isidro-Albatera-Catral, usualmente poco concurrida, es la única señal que confirma que se está en la dirección correcta. “En recuerdo de todos los seres humanos que sufrieron por un mundo más justo y más libre. Campo de Albatera”, reza el escueto texto del monumento, instalado por la CNT en 1995. Siguiendo el camino, un nuevo cartel explica brevemente la historia del campo de concentración de Albatera, en la Vega Baja (Alicante), del que ahora no queda más que un paisaje llano donde destaca un pequeño antiguo horno de pan. O eso parecía.

Desde el 26 de octubre hasta el pasado miércoles, el silencio y la habitual tranquilidad en el terreno fueron sustituidos por una frenética actividad y el sonido de una retroexcavadora. El equipo liderado por el arqueólogo aspense Felipe Mejías ha trabajado las últimas semanas para encontrar las fosas que se calcula que deben permanecer no muy lejos. En este primer trabajo sobre el terreno todavía no se han encontrado fosas, pero sí algunos restos humanos —lo que, subrayan los investigadores, resulta de vital importancia científica para validar la hipótesis de su existencia—, infraestructuras del antiguo campo de concentración, depósitos de basura que utilizaban los prisioneros —con las latas de sardinas que configuraban prácticamente su dieta—, balas y multitud de objetos personales o enseres que proyectan cómo era la vida en los barracones e inmediaciones de un espacio que encierra las historias de miles de españoles capturados por la represión franquista en el año 1939 en una provincia, Alicante, que albergó el último gobierno de la Segunda República, y desde cuyo puerto esperaban poder zarpar miles de refugiados republicanos procedentes de todas partes de la península mientras el bando sublevado ganaba la guerra.

El campo de concentración

En realidad, el campo de concentración que utilizó el franquismo había sido construido en tiempos de la II República como campo de trabajo al inicio de la Guerra Civil: “En diciembre de 1936 se publica su creación en el boletín de la República”, arranca Mejías, que ha documentado exhaustivamente la historia del lugar. “A lo largo de 1937 se construyen varios campos de trabajo porque las cárceles estaban llenas de prisioneros. El de Albatera es una cárcel a cielo abierto, un campo de trabajo con una serie de instalaciones, duchas, baños, dormitorios… Pero una cárcel al fin y al cabo, la gente que estuvo aquí no lo pasó bien, y menos en un contexto de guerra”, expone el arqueólogo.

El pequeño horno de pan es lo único que queda en pie del antiguo campo.

No obstante, matiza que las condiciones de lo que fue el campo de trabajo republicano no eran comparables a lo que resultó el campo de concentración franquista: “Según los testimonios de los propios prisioneros [de la República], estaban atendidos, tenían médico, comían todos los días… Esto lo comparas con lo que publicaban después los prisioneros del bando franquista y no tiene nada que ver”.

Cuando el 1 de abril de 1939 termina la guerra, el campo de Albatera se convierte en un centro de clasificación y redistribución de prisioneros, “pero hay gente que se tira aquí los siete meses que permaneció abierto”, subraya el arqueólogo. No quedan listados de prisioneros, con lo que es imposible saber cuántas personas pasaron por las instalaciones en su uso franquista —se calcula que entre 15.000 y 20.000—, pero sí se conservan memorias de algunos prisioneros.

El hallazgo de latas de sardinas que consumían los presos permitirá determinar cuestiones como el proveedor del alimento

Las mismas, expone Mejías, cuentan cómo los dos o tres primeros días que los prisioneros llegan al campo no beben agua ni comen. “Durante el primer mes comen solo cuatro veces. Una lata de sardina para tres personas y un chusco de pan también a compartir”, detalla el arqueólogo. Los prisioneros permanecen hacinados, las letrinas se atascan los primeros días y está todo lleno de parásitos, con lo que la gente prefiere dormir fuera de los barracones.

“La gente enferma, no descansa bien, se encuentran enfermedades pero no se tratan porque, aunque hay médicos, no hay medicamentos, y las infecciosas en un contexto así se transmiten muy rápido, sobre todo el tifus”, detalla. Algunas investigaciones cifran en 70 la cantidad de personas fallecidas por esta enfermedad en el campo solo en el primer mes. A ello se suman los fusilamientos, a veces justificados por el mero hecho de acercarse a las vallas. Los testimonios hablan de que todos los días muere gente, pero, ¿dónde fueron a parar todos esos cuerpos? Esa fue la pregunta que motivó al arqueólogo a iniciar su investigación.

El trabajo de campo ha continuado por más de un mes en una basta superficie de 700x200m aproximadamente

Décadas de silencio

Desde 1993, San Isidro, que antes había pertenecido a Albatera, pasó a configurarse como municipio independiente, el más joven de la provincia de Alicante. Su historia condiciona la del campo de concentración: a principios de los 50, en plena dictadura franquista y solo una década después del cierre del campo, el Instituto Nacional de Colonización empieza a preparar terrenos para entregar viviendas y parcelas a quienes serían los nuevos habitantes del actual municipio, algunos procedentes de ciudades próximas, pero muchos de otras comunidades autónomas, lo que facilitó el olvido del complejo.

“Aquí vino gente de Andalucía, Castilla La Mancha, Murcia, Barcelona… Lo normal es que no supieran que existía el campo”, expone Manuel Gil Gómez, que lidera el Ayuntamiento de San Isidro, organismo solicitante de la ayuda que ha permitido al equipo de Mejías actuar en el terreno. Su propio padre es de Jaén. “También había gente de la zona que sí que sabía que existía, pero en aquellos años cualquiera hablaba del campo de concentración, y luego aparte ya se encargó el gobierno franquista de que no existiera nada”, añade el representante socialista.

Objetos descubiertos en las excavaciones, como este medallón de Sabadell, prueban las distintas procedencias de quienes estuvieron en el campo de Albatera

Felipe Mejías incide en la cuestión del silencio cuando explica el proceso de documentación previo a las excavaciones. “En 1977, un operario que se encontraba trabajando por esta zona seccionó una fosa común, pero no lo contó hasta hace dos años. La ocultaron y la taparon”, ejemplifica. El testimonio de ese hombre sirvió para saber por dónde iniciar los trabajos. También el propietario de la parcela confesó haber encontrado restos humanos cavando hoyos con su padre. La lógica dice, explica el arqueólogo, que el trabajo de la tierra durante décadas afectaría a las fosas removiendo los huesos de las víctimas, motivo por el que aparecen restos humanos dispersos.

A día de hoy, una parte importante de la población alicantina desconoce que en la Vega Baja existió un campo de concentración franquista, a pesar de las jornadas que cada año se celebran en San Isidro alrededor del mismo, o de las placas conmemorativas vandalizadas en reiteradas ocasiones. Para Mejías, la educación es importante en este aspecto, y por eso da charlas en institutos siempre que se le presta la oportunidad: “La memoria de los campos de concentración se ha perdido, es una cosa que no se ha estudiado durante 40 años. Estuve en el instituto de Albatera y casi nadie sabía que había un campo de concentración aquí, casi nadie, ni siquiera los profesores del propio instituto”.

Las manos que recuperan la memoria

El grupo que lidera Mejías está formado por siete arqueólogos, una ciencia que, a pesar de su precarización laboral y su denostación por parte de algunos grupos políticos, resulta de gran importancia para la historiografía: “Hay mucha documentación que no se conserva, y ahí entra la arqueología, aunque las vías de investigación parezcan acabadas, la arqueología tiene mucho que decir”, subraya el investigador. Al grupo se suma la ayuda de una antropóloga forense. “Son equipos multidisciplinares, esto no lo pueden hacer solo arqueólogos. Además de un profesional de la antropología, si encontráramos fosas también tendría que venir un psicólogo, para los familiares y para el equipo, porque puede resultar muy duro… Trabajamos con un material que no es solo arqueológico, a nivel emocional te implicas mucho, podrían ser nuestros abuelos”, expone Mejías.

Gracias a los detectores de metales, el equipo ha encontrado multitud de objetos que analizará en laboratorio

Aroa Miralles es miembro del equipo. Tiene 29 años y coincide con el planteamiento de su compañero, aunque reconoce que cuando le sugirieron el trabajo al principio le dio cierto pánico aceptar: “Pensé que sería un choque emocional fuerte, pero luego me dije, ‘¿cómo no voy a estar allí?’. Creo que cuando encontremos las fosas caerá alguna lagrimilla, porque conlleva cerrar un círculo emocional no suelo nuestro, sino de todas las personas que están detrás apoyándonos, de los familiares que han pasado por tanto dolor”, argumenta la arqueóloga. Para ella, el aspecto generacional, que se puede observar también en su equipo, es importante: “Creo que esta generación se está dando cuenta de las injusticias que se han estado arraigando y que hemos despertado”. También es joven el ciudadano anónimo que ha limpiado el cartel informativo del campo de concentración en las ocasiones que alguien rayó encima de él, mientras duraban los trabajos de excavación, el nombre de la formación ultraderechista española.

Tras el pasado, el futuro

Después de esta primera fase —un proyecto novedoso en el país, cuyo único antecedente de características similares son los trabajos realizados por el CSIC en campo de concentración de Castuera (Badajoz)— vendrán más, pretende Mejías. Su proyecto de investigación está planteado a cuatro años vista y cuenta con conseguir más apoyo institucional para seguir con los trabajos en el campo de concentración. El Ayuntamiento de San Isidro apunta en la misma línea: sus planes pasan por comprar la parcela para proceder a la musealización del antiguo campo de concentración, pero el alcalde recuerda que se trata de un municipio de 2.000 habitantes con recursos muy limitados y que necesitarán un apoyo de las administraciones en el que ya están trabajando.

La idea del Ayuntamiento de San Isidro es musealizar el campo aprovechando sus estructuras originales, definidas gracias al equipo arqueólogo

La aparición en prensa del campo de concentración de Albatera a raíz de los trabajos de excavación subvencionados por la Conselleria de Participación, Transparencia, Cooperación y Calidad Democrática ha dado un soplo de aire fresco a la historia de este complejo, y muchas alegrías al equipo investigador. Una mujer de Málaga se puso en contacto con los arqueólogos al leer un reportaje sobre el campo en el que sabía que su tío abuelo había permanecido encerrado: “Él se alista en 1938, cuando la guerra está ya perdida, y en la foto que me pasó está él con otro compañero con el puño en alto sonriendo”, recuerda Mejías. “Un año después estaba fusilado. Se escapó del campo, lo pillaron en Burriana, y a los que pillaban por intento de evasión los fusilaban”. De momento, es la única familiar de víctimas que han localizado en estas semanas.

Para que haya trabajos de exhumación, tiene que haber fosas. El equipo de arqueólogos habla de ellas como si estuvieran seguros de que van a encontrarlas: “Va a ser un momento muy bonito, porque partir casi de la nada y descubrir fosas es algo muy especial”, concluye Mejías. Se le pregunta si una victoria: “No, la victoria ha sido poder buscarles. El hecho de hacerlo ya dignifica a esas personas, aunque no se les localice. Que se invierta en ello honra su memoria”. Aunque encontrarles sea difícil, sienten que ya han ganado.