PAULA, DE 89 AÑOS, ENCUENTRA POR FIN A SU PADRE, FUSILADO TRAS LA HISTÓRICA FUGA DE PRESOS DEL FUERTE DE SAN CRISTÓBAL

Leoncio, en una de las pocas imágenes que conserva la familia, y su hija Paula, de 89 años.

«Me volví loca de alegría. Loca. Poder enterrar dignamente a mi padre, por fin, es lo más feliz que puede haber en este mundo». Estas son las palabras de Paula De la Fuente, de 89 años, a Público a través de un audio de whatsapp. Paula recibió hace pocas semanas una noticia tan inesperada como maravillosa. El Instituto Navarro de la Memoria había conseguido identificar los restos de Leoncio De la Fuente Ramos. Su padre. La última vez que Paula y él convivieron bajo un mismo techo esta anciana tenía entre 4 y 5 años.  Después llegó la Guerra Civil, la prisión en el conocido como fuerte de San Cristóbal y su participación en la mayor fuga carcelaria de Europa.

795 presos, en su mayoría republicanos, de los 2487 encerrados en el fuerte, consiguieron escapar de uno de los edificios más seguros del país. Lo harían tras una operación planificada donde solo habría una víctima: el corneta del fuerte. Era el atardecer del 22 de mayo de 1938 cuando el plan surgió efecto y alguien gritó: «¡Las puertas están abiertas! ¡El que quiera que salga!» Era un preso republicano. 795 presos saldrían disparados en busca de su libertad. Sin embargo, solo tres llegarían hasta Francia. Para el resto fue una masacre. 206 fueron asesinados en el mismo momento de su captura en los alrededores del monte Ezkaba. Leoncio fue uno de ellos. Los otros fueron detenidos y devueltos al penal. Catorce de ellos serían fusilados tras un consejo de guerra como ‘cabecillas’ de la fuga y 46 murieron en el fuerte de enfermedad y malos tratos en los siguientes cinco años. Ahora, 83 años después, la familia de Leoncio podrá darle un entierro digno.

Vista aérea de la época del Fuerte de San Cristóbal, en Navarra

La recuperación de los restos de Leoncio hubiese sido imposible sin otra mujer de avanzada edad: Paulina, de 92 años. Hace tres primaveras Paulina decidió revelar por primera vez lo que había visto siendo apenas una niña. Señaló exactamente el lugar donde ella había visto con sus propios ojos cómo enterraban a cuatro hombres. «Cuando salía de la escuela nos dijeron que habían matado a cuatro de los fugados del fuerte y vinimos rápido. Estábamos dos chicas y los estaban enterrando. Los vi ‘entericos’. Dos boca abajo y dos boca arriba. Dos se confesaron y dos no. Era el mes de mayo de 1938. Mi padre estaba enterrándolos. Nunca lo he hablado con él. No me vio», explica Paulina en un vídeo grabado por el Instituto Navarro de la Memoria.

El testimonio de Paulina permitió la exhumación de cuatro de los fugados. Aparecieron tal y como ella los había descrito. Pero en los restos no había ninguna pista sobre su identidad. Y aquí se dio el tercer elemento que ha permitido un final feliz en esta trágica historia. La bisnieta de Leoncio y nieta de Paula, Beatriz, de 32 años, había convencido a su abuela de ceder una muestra de su ADN al banco de datos del Instituto Navarro de la Memoria. Tenían pocas esperanzas de encontrar los restos de Leoncio, pero decidieron dar el paso. Un año después de que Paula diera su ADN apareció el cuerpo del hombre. Tres mujeres en su lucha por recuperar la memoria han conseguido lo que parecía imposible. «Estamos como en una nube. Nos cuesta creerlo. Ojalá muchos más sigan el ejemplo de Paulina y cuenten todo lo que saben sobre las fosas», explica Beatriz.

¿Pero quién era Leoncio? Su bisnieta responde con la poca información que tiene. Se conoce que tenía 36 años en el momento de su ejecución, que era tejero de profesión, que estaba casado con Elena y que tenía seis hijos, de los que Paula era la menor y la única que continúa con vida. También que era natural de Fresno del Viejo, Valladolid, y que fue condenado a prisión por su defensa de la legalidad republicana tras el golpe de Estado del 18 de julio. Concretamente, por tratar de impedir que un camión con material de Falange y del Ejército golpista entrara en Valladolid. El altercado acabó sin heridos ni muertos, pero los republicanos fueron delatados y juzgados. Algunos acabarían fusilados y Leoncio, en el Fuerte de San Cristóbal.

A partir de ahí, la familia le perdió la pista. Llegaron todo tipo de rumores. Les dijeron, incluso, que Leoncio estaba en libertad y que había decidido no regresar con ellos. En 1943 recibieron otra pista desconcertante. Un juzgado había rebajado la pena a Leoncio aunque el documento señalaba que estaba en «paradero desconocido».  Todo eran incógnitas. Dudas. Y miedo. Mucho miedo a remover el pasado. Hasta que Beatriz, la bisnieta, decidió ponerse manos a la obra. Comenzó buscando detalles en Google, después recurrió a asociaciones de víctimas y por último al Instituto Navarro de la Memoria. Pidió una muestra de ADN a su abuela. La primera respuesta fue dubitativa. El miedo estaba latente. Pero se consiguió. Y valió la pena.

El Instituto Navarro de la Memoria celebrará en las próximas semanas un acto en el que Paulina entregará los restos de Leoncio a su familia. 83 años después de su asesinato. El trabajo de este organismo público dependiente del Gobierno foral de Navarra ha sido crucial. César Layana es el jefe de la Sección de Documentación del organismo. «Ha sido un proceso largo y complejo, pero que ha concluido en un éxito que avala el trabajo que estamos haciendo con nuesta base de datos de ADN para identificar víctimas del franquismo. Necesitábamos ver que nuestro trabajo merecía la pena y esta ha sido la mejor noticia», explica Layana.

Paulina junto a la fosa donde fue encontrado Leoncio.- INSTITUTO NAVARRO DE LA MEMORIA

El optimismo, no obstante, es moderado. Alrededor de 150 hombres de los 795 que emprendieron la mayor evasión carcelaria de la Historia de Europa todavía están desaparecidos. Los testimonios orales cuentan que requetés, falangistas y militares los ejecutaban allá donde los encontraban. A veces, incluso, se les prendía fuego. En estos años, de hecho, se han conseguido localizar 15 fosas con 54 cuerpos, uno de ellos era el de Leoncio. Los fugados dejaron en sus caminos un reguero de imágenes, cartas y recuerdos que les habían acompañado en su larga estancia en prisión y que querían llevar consigo tras la fuga.

Los testimonios de los supervivientes son aterradores. Se escondían de día y caminaban de noche siguiendo la estrella polar, que les guiaba hacia el norte donde, en algún momento, tendría que aparecer Francia. Pero las autoridades franquistas reaccionaron rápido. Los fugados caían y eran fusilados o devueltos a la cárcel sin más criterio que la decisión personal del requeté, militar o guardia civil que lo capturaba. Las pérdidas fueron muchísimas. Eran hombres desnutridos, mal calzados y perdidos. Tal y como cuenta el investigador Fermín Ezkieta, autor de Los fugados del Fuerte de Ezbaka, en su inmensa mayoría «son trabajadores manuales, asalariados del campo o de la ciudad, vinculados a sindicatos o partidos de izquierda».

Solo tres lograron el objetivo
De los 506 presos que emprendieron la fuga solo tres lograron su objetivo: cruzar la frontera francesa. Se trata de Jovino Fernández González, minero y albañil afiliado a la CNT; Valentín Lorenzo Bajo, jornalero y secretario local de UGT en Villar del Ciervo (Salamanca); y José Marinero, jornalero de la pedanía segoviana de Dehesa Mayor y miembro de la resistencia al golpe de 1936 desde la Casa del Pueblo de Bernardos.

Las historias de cómo consiguieron llegar a la frontera son dignas de película de Hollywood. Este es un fragmento de un relato que dejó Jovino: «En una ocasión permanecí más de dos horas metido en un río. Ladraban los perros rastreadores. ¡Pues este cabrón se ha metido aquí, y aquí lo hemos de encontrar’, decía un cura con fusil y canana. No sé cómo no me encontraron. Nos separaba la distancia de dos metros de maleza. Fue uno de los tramos más duros».

Estado en el que se encuentra el Fuerte Ezkaba.

Jovino finalmente consiguió cruzar a Francia gracias a la desinteresada ayuda de un pastor del que nunca más volvió a saber. Como Valentín y José, decidió acudir al consulado español en Hendaya y tras un breve descanso regresaron a Barcelona para continuar luchando contra las fuerzas de Franco, Hitler y Mussolini. Jovino volvería a salir del país en febrero de 1939 con los restos de lo que había sido el Ejército republicano. Ahora tocaba una nueva etapa de sufrimiento en el campo francés de Angels Sur Mer. No regresaría a España hasta la muerte de Franco.

El investigador Ezkieta sigue la pista de un posible cuarto caso. Se trata de un hombre que, ya anciano, paseó por la zona del Fuerte y comentó a los lugareños que él había sido uno de los fugados. Ezkieta sigue trabajando para tratar de resolver el enigma y recuperar la memoria de esta histórica fuga. Ahora, de hecho, ha impulsado el reconocimiento de la ruta GR-225, que recorre el probable camino que siguieron los tres presos para llegar a Francia.

Son pequeños pasos para ir recuperando la memoria de los fugados del Fuerte de San Cristóbal, 506 presos que decidieron atravesar la puerta y jugársela para encontrar la libertad y acabaron siendo ejecutados como liebres entre matorrales en un bosque que desconocían. 506 valientes que si hubiesen tenido otra nacionalidad o ideología ya tendrían decenas de películas y libros contando sus hazañas.

— Si usted también está buscando a un familiar que estuvo preso en el Fuerte de San Cristóbal puede dirigirse al correo electrónico inm@navarra.es o a la página web https://pazyconvivencia.navarra.es

Fuente: Público