El día que el Madrid obrero paró en solidaridad con la Catalunya campesina

El 8 de septiembre de 1934, hace hoy 85 años, la Alianza Obrera de Madrid llamaba a la huelga general contra una concentración de los terratenientes catalanes para reclamar al Gobierno republicano la derogación de la Ley de Reforma Agraria de la Generalitat. Seis obreros madrileños perdieron la vida en las protestas en apoyo a la lucha de los campesinos catalanes.

El sábado 8 de septiembre de 1934 no fue un día normal en la capital de España. El metro no funcionó y los pocos tranvías que circularon por las calles de Madrid lo hicieron conducidos por militares y guardias de asalto, el nuevo cuerpo policial creado en 1932 por la República. Muchas fábricas, talleres y oficinas permanecieron cerrados y pocos establecimientos consiguieron abrir sus puertas al público. Los periódicos conservadores que lograron salir a la calle, como ABC y Ahora, no encontraron distribución comercial, y tuvieron que ser repartidos de forma voluntaria por jóvenes militantes de las organizaciones derechistas.

La respuesta del Gobierno de Ricardo Samper al desafío de las organizaciones obreras no se haría esperar. Por la mañana se ordenaba detenciones selectivas de los sospechosos habituales, conocidos dirigentes políticos y sindicales madrileños, así como el cierre de la Casa del Pueblo y de los locales y oficinas del PSOE, el PCE y de todos los sindicatos, incluyendo a la CNT, que ni participaba en la Alianza Obrera madrileña ni había llamado a la huelga. A lo largo del día se producirían, además, incidentes violentos con las fuerzas del orden público que acabarían con la vida de seis trabajadores, 40 heridos y 400 huelguistas detenidos.

Un Madrid revuelto

Estamos en el agitado Madrid previo a la gran huelga general revolucionaria de octubre de 1934. Una ciudad que, como ha explicado la historiadora Sandra Souto, estaba por aquel entonces lejos de ser una balsa de aceite. La conflictividad laboral y la agitación política se habían ido convirtiendo desde finales de 1933 en el paisaje familiar de una ciudad en la que la afiliación sindical y la participación política de las clases populares estaba en aumento desde la proclamación de la República.

Junto al socialismo, tradicionalmente hegemónico en el movimiento obrero de la antigua Villa y Corte, despuntaban ahora también una combativa CNT, que organizaría sindicalmente a algunos de los sectores más precarios de la fuerza de trabajo, como los trabajadores de la construcción y de la hostelería, y un PCE con una creciente audiencia entre los jóvenes y el ala izquierda del PSOE que empezaba a ser una organización a tener en cuenta.

En los ocho meses previos a la huelga general del 8 de septiembre de 1934, Sandra Souto contabiliza en Madrid 13 muertos, 31 heridos y 470 menores de 21 años detenidos a causa de peleas y enfrentamientos violentos entre jóvenes militantes de izquierdas y militantes fascistas y de derechas

La politización y radicalización de la juventud en un contexto tan propenso para ello como el de los años 30 llevaría pareja la emergencia en la capital de España de otro fenómeno urbano, muy frecuente por aquel entonces en otras muchas ciudades europeas: la violencia callejera de signo político.

En los ocho meses previos a la huelga general del 8 de septiembre de 1934, Sandra Souto contabiliza en Madrid 13 muertos, 31 heridos y 470 menores de 21 años detenidos a causa de peleas y enfrentamientos violentos entre jóvenes militantes de izquierdas y jóvenes militantes fascistas y de derechas. Un clima de violencia juvenil que llevaría incluso al Gobierno a emitir un decreto a finales del verano de 1934 para prohibir la participación política de los menores de 16 años, así como para limitar la de los menores de 23 solo a aquellos que tuvieran expreso consentimiento paterno.

La alianza de las derechas catalanas y españolas

El motivo de la huelga del 8 de septiembre sería la concentración en Madrid del Institut Agrícola de Sant Isidre. Entidad fundada en 1851, el Institut representaba los intereses de la patronal agraria y los terratenientes catalanes. La reunión de los propietarios rurales en la capital, donde serían acogidos con los brazos abiertos por parte de las derechas madrileñas, era un paso más en su ofensiva legal e institucional contra la Ley de Contratos de Cultivo, aprobada en marzo de 1934 por el Parlament de Catalunya con la significativa abstención de la Lliga Catalana. La ley, promovida por Esquerra Repúblicana de Catalunya y su socio gubernamenal en la Generalitat, la Unió Socialista de Catalunya, era el resultado de una larga pelea del pequeño campesinado catalán por lograr la plena propiedad de las tierras que históricamente habían trabajado sus familias.

Carnet de la Unió de Rabassaires

El principal sindicato agrícola catalán, la Unió de Rabassaires, presionaba al gobierno autonómico para que no cediera a las presiones de los terratenientes y sus aliados políticos, que en junio de 1934 lograrían un gran triunfo legal al conseguir la anulación de la ley autonómica por parte del Tribunal de Garantías Constitucionales. Se abría así un grave conflicto institucional entre Generalitat y República. Si ERC seguía adelante con la legislación aprobada lo haría desobedeciendo una sentencia del principal tribunal de la República y arriesgándose, por lo tanto, a que la Generaliat fuese intervenida y la autonomía catalana anulada.

Frente a las complicidades y el apoyo mutuo del bloque reaccionario catalán y español, a lo largo de 1934 también comenzaría a surgir una nueva corriente de simpatía y de solidaridad entre las izquierdas españolas y la izquierda catalanista

La cuestión agraria sería desde el 14 de abril de 1931 uno de los principales problemas a los que la República tendría que enfrentarse. Tras la victoria de las derechas en las elecciones generales de noviembre de 1933, la tímida reforma agraria iniciada durante el gobierno republicano socialista de 1931/32 entraría en vía muerta. Un bloque reaccionario formado por terratenientes, partidos conservadores, alta magistratura del Estado y periódicos monárquicos y derechistas se articularía en todo el país para bloquear el acceso del campesinado a la propiedad de la tierra.

El catalanismo de la Lliga Regionalista no sería un obstáculo insalvable para que las derechas españolistas llegasen a una alianza con este partido y con la patronal agraria catalana. Por encima de sensibilidades nacionales y visiones de España existía un enemigo común cada vez más numeroso, mejor organizado y, por lo tanto, más peligroso: el movimiento campesino. La reforma agraria debía detenerse en todo el territorio nacional. Catalunya no podía ser una excepción en una España en la que los intereses de los latifundistas volvían a marcar muy estrechamente los límites de la política gubernamental para el campo.

De la Alianza Obrera a la huelga general política

Frente a las complicidades y el apoyo mutuo del bloque reaccionario catalán y español, a lo largo de 1934 también comenzaría a surgir una nueva corriente de simpatía y de solidaridad entre las izquierdas españolas y la izquierda catalanista. Las relaciones entre el PSOE y ERC nunca habían sido fáciles pero, tras la victoria electoral de las derechas, buena parte de la opinión pública progresista comenzaría a empatizar con la Generalitat y el president Lluis Companys en su enfrentamiento con el Gobierno central.

Las izquierdas madrileñas entendían que los políticos catalanes tenían derecho a defender y hacer respetar el estatuto de autonomía catalán, sobre todo si este amparaba una legislación progresista y beneficiosa para los trabajadores del campo, y empezaban a sentir la Generalitat como el último baluarte institucional de una República del 14 de abril amenazada por monárquicos, fascistas y reaccionarios.

El viernes 7 de septiembre, en vísperas de la concentración de los terratenientes catalanes en la capital de España, El Socialista, periódico del PSOE, atacaba al Gobierno de la República por “herir a la región catalana y a su poder ejecutivo”, amparando “la rebeldía de una casta que viene a Madrid a despotricar contra la Ley de Cultivos, a enjuiciar a los hombres de la Generalidad, a insultar a los catalanes autonomistas y a agredir la palabra del Parlamento de Cataluña”.

Para las organizaciones comunistas la huelga tenía otro elemento añadido que no podía pasar desapercibido: el reforzamiento de la solidaridad entre la clase trabajabadora catalana y madrileña

El portavoz socialista criticaba que mientras las autoridades ponían cada vez más trabas y problemas a la actividad pública de los partidos obreros, el mismo Ministerio de la Gobernación, encargado de velar por el orden público en la capital, autorizaba un “acto de esencia antiautonomista y antirrepublicana” como el organizado por los agrarios catalanes, y concluía: “Libertad absoluta para las derechas, libertad condicionada y restringida para las izquierdas”.

El telón de fondo de estos acontecimientos era el auge en toda Europa de los movimientos fascistas y reaccionarios, y la creciente preocupación de las izquierdas españolas porque, una vez en el poder, las derechas pudieran destruir la República democrática y aplastar al movimiento obrero. El Partido Radical, pese a sus orígenes republicanos y progresistas, estaba cada vez más escorado hacia la derecha, y su gobierno estaba sostenido por la mucho más beligerante Confederación Española de Derechas Autónomas, en la que la fascinación por los modelos autoritarios europeos era creciente.

La ofensiva de las derechas contra la legislación social del bienio progresista, el crecimiento del desempleo como efecto de la crisis económica del 29, así como el enrarecimiento del clima político internacional, contribuirían también a una radicalización de las izquierdas. Buena parte de los socialistas, frustrados por su experiencia gubernamental con los republicanos, comenzaban a flirtear con consignas revolucionarias muy ajenas a la tradición reformista del partido, y a buscar acuerdos con la CNT y el PCE, e incluso con otras corrientes más minoritarias del movimiento obrero como los trotskistas, los seguidores de Joaquín Maurín y los anarcosindicalistas escindidos de la CNT.

Esta voluntad de acuerdo llevaría a la formación en marzo de 1934 de la Alianza Obrera de Madrid, inspirada en la Alianza Obrera de Catalunya, promovida por Maurín y los comunistas disidentes del Bloc Obrer i Camperol. La otrora pactista y moderadora UGT, que siempre había defendido un uso muy moderado de la huelga general, en comparación con la propensión de los anarquistas a declararla, secundaría en abril de 1934 un paro general en Madrid contra la concentración de las Juventudes de Acción Popular en El Escorial y, ya abiertamente el 8 de septiembre de 1934, “veinticuatro horas de huelga contra la concentración agrario-fascista”.

Casi paralelamente, en Asturies, los socialistas y su sindicato, junto al resto del poderoso movimiento obrero asturiano, también llamaban a una huelga general política en la región para protestar por la autorización gubernamental de una concentración de las Juventudes de Acción Popular en el santuario de Covadonga.

Antifascismo y cuestión nacional

El Socialista, eufórico por el seguimiento de la huelga en la capital, condenaba el 9 de septiembre en su portada el fallecimiento de los obreros muertos por la represión, pero sobre todo celebraba lo que calificaba como “otra jornada triunfal del proletariado madrileño”. Para las organizaciones comunistas, más atentas que el PSOE a la cuestión de la plurinacionalidad, la huelga tenía otro elemento añadido que no podía pasar desapercibido: el reforzamiento de la solidaridad entre la clase trabajadora catalana y madrileña, en un momento en el que las derechas catalanistas y españolistas también estaban cooperando activamente. El dirigente del PCE Vicente Uribe destacaría que la movilización contra “los fascistas de San Isidro” marcaba el camino “hacia la liberación nacional y social del pueblo catalán en alianza fraternal con los trabajadores españoles y pueblos oprimidos por el imperialismo”.Para Joaquín Maurín, dirigente del Bloc Obrer i Camperol, la huelga madrileña era la muestra palpable de la creciente simpatía que las reivindicaciones nacionales catalanas despertaban entre los trabajadores españoles. En junio de 1934, Maurín ya había escrito desde Barcelona, en las páginas de La Batalla, el periódico del BOC, que “el proletariado de España sigue con profunda emoción el curso de los acontecimientos que tienen lugar aquí. Nunca como en estos momentos había habido tantos catalanes fuera de Catalunya”.

El telón de fondo era el auge de los movimientos fascistas y reaccionarios y la creciente preocupación de las izquierdas españolas porque, una vez en el poder, las derechas pudieran destruir la República y aplastar al movimiento obrero

Por ello, según Maurín, el movimiento obrero y campesino catalán tenía que evitar el aislacionismo y rehuir una cierta lectura nacionalista y separatista del conflicto abierto en torno a la reforma agraria catalana, que enfrentaba a Catalunya y España como si fueran bloques homogéneos, sin divisiones de clase. Por el contrario, Maurín denunciaba que los principales enemigos de la Ley de Contratos de Cultivo, “se hallan aquí, en nuestro propio suelo (…) son la Lliga, el Instituto de San Isidro, los propietarios de la tierra, los elementos retrógrados”. Los revolucionarios catalanes debían buscar aliados en el conjunto de la clase trabajadora española contra el enemigo común: la oligarquía. 

La cuestión nacional comenzaba a introducirse en el nuevo discurso antifascista de las izquierdas españolas a partir de un razonamiento muy sencillo y muy eficaz. Si los enemigos del movimiento obrero lo eran también de las libertades autonómicas de Catalunya y del País Vasco, entonces el movimiento obrero debía convertirse en defensor del derecho de estos territorios a su autogobierno, así como buscar alianzas con los nacionalistas catalanes y vascos. Faltaba poco menos de un mes para la huelga general revolucionaria de octubre de 1934, huelga en la que las reivindicaciones obreras, nacionales y antifascistas volverían a confluir.

 

 

Carmen de Burgos

Carmen nació en Almería, un 10 de diciembre de 1867, dentro del seno de una familia acomodada, dado que su padre era vicecónsul de Portugal en Almería, y contaba con varias propiedades en la localidad de Níjar. Desde joven, mostró un carácter curioso y una clara inclinación a la independencia. Por desgracia, sus progenitores tenían otros planes, y cuando solo contaba con dieciséis años, arreglaron su matrimonio con Arturo Álvarez, hijo del gobernador de Almería, y periodista. Este hecho la marcó mucho, tanto en lo que sería su posterior dedicación al periodismo, como en su firme defensa del divorcio y los derechos de la mujer.

Varios años después, en 1901, y trasladada ya en Madrid, se tituló como maestra, consiguiendo plaza en Guadalajara. Ese mismo año moriría su hijo, y tras eso, abandonaría a su marido, con quien nunca había sido feliz, debido a las infidelidades de este.

En 1902 comienza su trabajo como columnista en algunos periódicos de tirada estatal, primero en el diario el Globo y más tarde en el Diario Universal, donde empezó a escribir sus columnas bajo el pseudónimo de Colombine, sobrenombre que ya le acompañaría el resto de su vida y con el que se le conocería en varios ambientes. También fue la primera mujer en ser reconocida como periodista profesional. Sus columnas hablaban sobre el día a día de las mujeres, modas y algunas iniciativas europeas de interés para la mujer y fue ahí mismo donde empezó campañas para la legalización del divorcio. En 1906 inició su campaña más famosa por el sufragio femenino en el Heraldo de Madrid, causando tanto revuelo entre algunos círculos madrileños, que pronto fue destinada fuera de la ciudad por órdenes del gobierno conservador de Antonio Maura, aunque eso no paralizó sus tertulias feministas ni mucho menos, su lucha a favor del voto femenino. En esta época conocería a Ramón Gómez de la Serna, con quien mantendría una relación durante veinte años.
Fue también una firme defensora de la objeción de conciencia, después de viajar a Melilla como periodista tras la derrota del ejército español en el Barranco del Lobo y observar con sus propios ojos el estado de los jóvenes destinados al norte de Marruecos.

Cuando el 1931 se proclama la II República, Carmen logra ver muchas de sus aspiraciones hechas realidad, como la legalidad del voto femenino, el divorcio o el matrimonio civil, una lucha que ella llevaba años peleando sin aparente resultado, a través de sus publicaciones literarias y en los diarios de la época. Se afilia al Partido Republicano Radical Socialista y ahí comienza una carrera política como defensora de los derechos y libertades de las mujeres.
Tras un tiempo como asidua de los movimientos políticos y culturales que tenían lugar en Madrid durante la República, Carmen de Burgos falleció, de forma repentina, un 9 de octubre de 1932, tras encontrarse mal mientras debatía en una mesa redonda sobre la educación sexual.

Después de una larga trayectoria literaria y periodística favor de los derechos de la mujer, con el golpe de estado y la llegada de la dictadura de Franco, Carmen de Burgos cayó en el olvido, ya que su nombre sería incluido en la lista de autoras prohibidas, desapareciendo todos sus libros y publicaciones de las bibliotecas y las librerías.

Un 1 de octubre del 1931, el sufragio femenino en España pasó de ser un sueño, a ser una realidad. Y aquí nuestro homenaje a una andaluza que luchó por él.

Milagros Rendón, la primera mujer fusilada en Cádiz tras la resistencia del 18 de julio

La noticia de los detalles de su fusilamiento fue publicada en el ‘Diario de Cádiz’ para dar escarmiento público sobre la resistencia que aquella mujer, Milagros Rendón Martell, había librado en el Gobierno Civil. Hoy Cádiz le ha puesto una calle y ha realizado una serie de rutas en honor a su memoria.

Milagros Rendón Martell fue detenida la mañana del 19 de julio de 1936 en el interior del Gobierno civil cuando en Cádiz capital se desataba una batalla campal por mantener la legalidad de la Segunda República. Milagros era taquimecanógrafa y tenía solo 29 años de edad. En la noche del 18 de julio, cuando las tropas de regulares entraron a la ciudad y los golpistas intentaban tomar el mando, participaría en la resistencia al golpe. Es curioso, pero fue la única mujer que estuvo encerrada en el Gobierno Civil, junto a un centenar de militantes y población civil.

A pesar del intento de tregua ante las tropas fascistas, Milagros es encarcelada y ajusticiada. Ya en el mes de julio le abren diligencias para instruir sumario, pero termina siendo asesinada por aplicación del bando de guerra. Los golpistas no esperaron a dictar sentencia. La mataron para sembrar el pánico y dar ejemplo de cómo las mujeres no tenían que ser libres ni luchar en ninguna batalla.

Publicaron, a pesar de que no era habitual la noticia del fusilamiento en el diario de la ciudad. Hoy Cádiz le rinde homenaje. El ayuntamiento de José María González Kichi le ha puesto una calle cerca de la relojería de su padre, Francisco Rendón donde la familia vivió toda su vida a pesar de los duros golpes. Además, han realizado un conjunto de rutas de memoria donde se honra su figura y resistencia en aquel histórico 18 de julio.

El historiador gaditano José Luis Gutiérrez es profundo conocedor de la historia de Milagros y de la conocida familia Rendón en Cádiz. «El padre, Francisco Rendón, su hija Milagros y el cuñado acabaron asesinados poco tiempo después del golpe de estado», aclara a Público. Su hermana María Luisa también es detenida y pasa un largo periplo carcelario, al igual que el marido de Milagros, Pepe Rubio, que tuvo que cuidar del bebé de ambos, una niña, Natividad Rubio Rendón, que falleció siendo muy joven.

La tragedia de una familia marcada por el día del golpe, los Rendón
En el foso de los muros de Puerta de Tierra, a la entrada de la ciudad, la familia Rendón, muy conocida por ser relojeros y plateros en Cádiz capital, habían encontrado la peor de las tragedias. Francisco Rendón fue el primero de la familia en ser asesinado por los golpistas como destacado dirigente comunista y tras participar en la resistencia del 18 de julio, como su hija Milagros.

Empezaba una política de exterminio y venganza contra cualquier vecino de la ciudad que hubiera mostrado resistencia al golpe. Y es que Cádiz sería tomada durante el 20 de julio de 1936. Y la mayoría de los resistentes asesinados sin piedad.

 

 

 

 

 

 

 

El investigador Santiago Moreno Tello cuenta del patriarca Rendón como fue detenido allí mismo, en la sede del ayuntamiento y «trasladado a la cárcel provincial, conocida como Cárcel Real. Lo fusilarían a principios de agosto».

Milagros estuvo en aquel mismo momento en un edificio muy cercano, la actual Diputación que en aquellos días era la sede del Gobierno Civil. Sería fusilada a finales de agosto. Su otra hija María Luisa que vivía en El Puerto Santa María, sería detenida el 25 de julio. «Se libraría del fusilamiento pero durante años rodó por las cárceles del país. A su vez, su marido, médico y diputado por el Partido Comunista, Daniel Ortega, también sería fusilado en Cádiz en 1941», destaca Moreno Tello. La familia Rendón siguió viviendo en Cádiz, cerca de aquella antigua relojería y cerca de su domicilio saqueado y ninguneado por los militares a la entrada de la ciudad en aquellos días.

«¡Viva mi viejo! ¡Muera el fascismo asesino!»
Milagros Rendón entraría en la misma cárcel que su padre durante la mañana del 19 de julio. Y cuenta este episodio de saqueo a su hermana María Luisa en una carta fechada del día 27. «Queridísima hermana Ya te supongo enterada de nuestra detención, del saqueo, por moros el primero y fascistas el siguiente, de la platería de nuestro pobre viejito, que es un valiente de marca mayor». La joven Milagros recuerda en aquellos momentos de dureza la heroica acción de su padre que nunca pudo ya ver en los muros de la prisión. «Con decirte que cuando llegó aquí, a la cárcel, se llenó la boca de agua con un botijo que hay abajo y se la echó en la cara al teniente ¡Viva mi viejo! ¡Muera el fascismo asesino!»

Cádiz, según contaba Milagros en aquella carta requisada por los golpistas e incluida como prueba de acusación, «era una ruina, al estilo de Asturias, casas en ruina, saqueos, robo, encarcelamientos en masa… » y añadía, «los relojes de papá los vendían los moros a tres pesetas y yo los veo desde estas ventanas con los anillos del pobre viejo».

La cárcel real estaba llena de chinches y piojos. Unas durísimas condiciones de vida insoportables para la bebé de Milagros. La hija mayor de los Rendón también cuenta, como su marido y su hija pasan muchos días por delante de las ventanas de la cárcel para que pueda verla. «Mi niña y Pepe están viviendo en casa de Felisa. No dejan ni un día de venir y me pasan por la acera de enfrente a mi pobre hijita, a la cual no me permiten ver…»

Nunca imaginó que su destino iba a acabar así pero al menos creyó que aquella carta llegaría a su hermana para conocer la situación. No tuvo esa suerte, ya que María Luisa estaba encarcelada desde el día 25 en el Puerto de Santa María. Y Milagros mandaría la carta al domicilio familiar dos días más tarde.

«Mujer sí, pero fea y con gafas»
Las acusaciones a la figura de Milagros Rendón fueron de una dureza sobrecogedora. «Los testimonios presenciales, de guardias de asalto y agentes de investigación y vigilancia, fueron apuntaladas con las de los máximos jefes policiales que estuvieron en el Gobierno Civil», aclara el historiador Gutiérrez, para crear un retrato perfecto de una mujer que merecía ser fusilada para escarmiento público.

En aquel sumario abierto era preciso difuminar sus límites y deshonrar su figura. «Una sociedad tan machista como la española de aquellos años necesitaba para su aceptación que le endulzaran el asesinato que se iba a cometer». Declararían «mujer sí, pero fea. Pero ante todo un peligro que anteponía a su condición femenina». En la acusación la describen como su sujeto peligroso y se componía con el retrato de alguien que merecía sufrir el castigo que iba a recibir.

Tres veces fue interrogada y en las tres negaría la incriminación. «Su suerte había quedado escrita desde que a comienzos de agosto de 1936 llegó a la ciudad un nuevo gobernador civil, Eduardo Valera Valverde, con órdenes severísimas». En aquellos interrogatorios Milagros contaría que, enterada de que su padre se había ido al Gobierno Civil ante los rumores de golpe de estado, se dirigió a él en compañía de otros jóvenes, aunque no lo encontró. «Su papel no fue secundario sino que se trataba de una mujer que estuvo activa en la resistencia, aunque ella no lo quiso reconocer por miedo a las consecuencias de aquella justicia que estaba llena de terror», aclara José Luis Gutiérrez a Público.

El guardia de asalto Manuel Rodríguez Martín-Bejarano fue quien proporcionó el testimonio más acusatorio contra Milagros, de la que no sabía ni el nombre, pero que conocía que era «hija del comunista Rendón, delgada, fea y con gafas» que apareció por la planta baja del Gobierno Civil, empuñando una pistola y un puñal.

La carta de Milagros escrita en papel y con el logo de unos viejos almacenes cercanos a su casa proseguía y contaba con detalle la hazaña del 18 de julio, sin saber que aquella declaración le costaría su vida. «Luisita estuvimos resistiendo hasta las ocho de la mañana del domingo 19 de julio en medio de las ametralladoras. De un fuego de fusilerías y pistolas y se pusieron detrás los soldados aguantándonos. Creía que nos iban a fusilar y pensé en mi viejo, mi niña y Pepe que los dejaba solos».

La joven Rendón fue asesinada de forma ejemplar y pública junto a otros tres vecinos. «En las páginas de Diario de Cádiz, en su edición de tarde del 31 de agosto, pudieron incluir una nota que informaba de que esa tarde, sobre las 18.00 horas, habían sido pasados por las armas, en el segundo foso de los glacis de la Puerta de Tierra, Manuel Morales Domínguez, comandante retirado de Infantería, José de Barrasa Muñoz de Bustillo, capitán de complemento del Cuerpo Jurídico Militar, Manuel Cotorruelo Delgado, oficial de Telégrafos, y Milagros Rendón». Los tres primeros confesaron y comulgaron. Milagros se negó. En aquella noticia se relata con detalle que murieron cogidos de la mano. «Que Dios los haya acogido en su seno», terminaba lacónicamente la nota. «La negativa de Milagros a recibir los auxilios espirituales católicos debió rechinar mucho a los golpistas». Al día siguiente otra nota informaba de que, antes de morir, «confesó y besó un crucifijo». Los militares demostraban así como los resistentes acababan pidiendo cierta clemencia antes de su asesinato.

En la extensa carta a María Luisa Rendón, Milagros da ánimos a su familia sin saber que nunca más los iba a volver a ver. A pesar de todo su carta está llena de esperanzas. «Luisa, guardaos vosotros mucho y si vieras algo venir iros enfrente, lo de más valor quítalo de tu casa (…) Escríbeme Luisilla, papaíto está bien en lo que cabe, lo tenemos vivo y eso es lo único para nosotras, lo demás, ya se buscará,  somos jóvenes». La joven Rendón fue enterrada en un nicho, tal y como destaca el libro del cementerio y posteriormente enterrada por su familia fuera de aquel lugar.  «Siempre fue una familia valiente que en medio de aquellos días de miedo logró rescatar el cuerpo de Milagros para enterrarlo en una sepultura lejos de los golpistas», concluye Gutiérrez.

Fuente: Diario Público